No podemos saber con exactitud,  lo que piensa una persona a través de su conducta no verbal, pero el lenguaje corporal nos permite conocer cómo se siente, qué rasgos dominan su personalidad o cuáles son sus intenciones, una información que, frecuentemente, resulta mucho más valiosa que las palabras.

Como ocurre con la comunicación verbal, debemos ser  precisos en la expresión de nuestro propio lenguaje corporal, y flexibles en la interpretación del ajeno, condicionado siempre por una diversidad de factores intrínsecos y ambientales que a veces escapan a nuestra capacidad de percepción.

Las expresiones faciales junto con los gestos son los indicadores emocionales más potentes, y son lo primero donde centramos nuestra atención al interactuar. En fracciones de segundo nuestro cerebro emocional decide por su cuenta y riesgo si una cara nos gusta o no, un proceso en el que inicialmente no interviene la razón, y en el que no hay tiempo para pronunciar ni media palabra. En la cara se reflejan de manera innata  las siete emociones básicas: alegría, sorpresa, tristeza, miedo, ira, asco y desprecio. Para aprender el lenguaje corporal y a distinguirlas, es imprescindible conocer el código de cada emoción.

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